Ruidos, coches, gente que ríe, niños que lloran, chavales que gritan, contaminación... Buscaba silencio, libertad, paz.
Había escuchado muchas veces hablar de aquel lago, un lugar tranquilo y alejado, resguardado entre las montañas, sin ruidos, sin tecnología...
Necesitaba descubrir si era cierto, si era tan maravilloso como la gente decía, y fui en su búsqueda. Eran cerca de las 6 de la tarde cuando el sol comenzaba a caer, los pastores recogían sus rebaños y dejaban a sus perros como guardianes de sus tierras, de sus pequeñas cabañas levantadas piedra a piedra con su esfuerzo donde seguro tendrían escondidos miles de pensamientos.
Yo seguía mi camino hacia el otro lado de la montaña, subiendo un poco más arriba ahí estaba el lago, ¿mi idea? Encontrar la tranquilidad.
El Sol ya se escondía tras las montañas dejando entrever alguna estrella, alguna más grande y brillante que otras, sí, otras que desde la ciudad no se pueden ver gracias a la contaminación lumínica, un verdadero espectáculo para la vista.
Cerca de las 20:30 el sol decidía taparse con su manta de estrellas y yo recogía mis piernas apoyada en aquella piedra frente al lago, todo era perfecto, estaba todo en silencio. Después de un rato escuchando lentamente mi respiración mientras observaba aquel maravilloso cielo, miro el reloj, 21:45h, hora perfecta para retomar el camino de vuelta a casa, pero en ese momento se rompió el silencio...
Aquellos perros tranquilos que guardaban las casas de sus dueños comenzaban a ladrar desde el otro lado de la montaña, fuertes, sin miedo, defendiendo sus hogares. Un poco asustada empiezo a caminar en dirección al coche, pero algo me paraliza, un reflejo de luz a mis espaldas y un ahogado susurro entre las sombras ocultas en la oscuridad. Con miedo y escuchando el rápido palpitar de mi corazón me escondo tras una piedra asomándome de vez en cuando en busca de esa luz, y le veo, veo su sombra a lo lejos y me doy cuenta que no estoy sola.
¡Ahí está, le veo! ¡En mitad del lago! De repente alumbra al cielo convirtiendo en día la noche y susurra, la llama a ella, a Casiopea, una diosa griega encadenada al cielo por Poseidón. Y otra vez, y otra, y cada vez que la llama su constelación parece que brilla más, le escucha, y él la ilumina con su luz y de repente en un destello todo desaparece, todo se apaga, él, Casiopea, sus reflejos en el lago, ese manto de estrellas, y cuando abro los ojos el Sol asoma entre las montañas, y yo sigo apoyada en aquella piedra frente al lago y pienso... Qué cruel castigo para una diosa que alardeaba de su belleza estar encadenada al cielo y brillar cada noche sin que nadie sepa de ella, sin que nadie pueda verla, sólo él, el cazador de estrellas... El Señor de la Luz.
Fantástica foto
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